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  • Tayta Chimborazo como influencia energética y fuente de vida

El nevado del Chimborazo, conocido como tayta Chimborazo, es el volcán más alto del Ecuador y constituye uno de los símbolos más representativos de los Andes. Su presencia imponente no solo define la geografía del territorio, sino que también se erige como un referente espiritual y energético de los pueblos del tahuantinsuyo.

Más allá de su dimensión simbólica dentro del pensamiento cosmogónico andino, el Chimborazo desempeña un papel esencial en la vida material y ecológica de las comunidades. Sus glaciares constituyen una de las principales reservas hídricas de los Andes centrales, abasteciendo sistemas de riego, consumo humano y ecosistemas frágiles (Buytaert et al., 2017). De esta manera, el nevado se configura simultáneamente como fuente de agua y guardián energético, convirtiéndose en un eje articulador del Sumak Kawsay o buen vivir, principio filosófico que promueve el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza (Walsh, 2010).

En consecuencia, comprender la influencia del Tayta Chimborazo requiere un enfoque que integre su dimensión cultural y cosmogónica junto con su función ecológica dentro del ecosistema. En este marco, el propósito de este artículo es analizar dichas perspectivas para resaltar la importancia del nevado como patrimonio natural, espiritual y social de los Andes.

Localización geográfica y fuente de vida

El nevado Chimborazo se ubica en la provincia homónima, en la región interandina del Ecuador, y forma parte de la Cordillera Occidental de los Andes. Su cumbre alcanza los 6.263 metros sobre el nivel del mar, lo que lo convierte en la montaña más alta del país (Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional [IG-EPN], 2023). Debido a la forma elíptica de la Tierra y a su proximidad con la línea ecuatorial, el Chimborazo es reconocido como el punto del planeta más cercano al Sol y, al mismo tiempo, el más alejado del centro de la Tierra (Jordan, 2016).

El entorno geográfico del nevado está compuesto por páramos andinos de gran riqueza ecológica, con especies endémicas y ecosistemas de alta montaña que cumplen funciones esenciales en la regulación hídrica (Buytaert et al., 2017), conocidos también como “criaderos de agua”. A su alrededor habitan comunidades campesinas e indígenas que dependen directamente de sus recursos naturales, en especial del agua proveniente de sus glaciares, lo que lo convierte en un referente vital para la vida cotidiana y la identidad cultural de sus habitantes (Mena-Vásconez & Boelens, 2019).

El Chimborazo está clasificado como un volcán potencialmente activo, aunque su última erupción ocurrió hace aproximadamente 1.400 años, en el Holoceno tardío (Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional [IG-EPN], 2023). Pese a su aparente inactividad, su majestuosidad recuerda la fuerza latente de los procesos geológicos que configuran la Cordillera de los Andes y que continúan siendo objeto de monitoreo científico permanente (Hall & Beate, 2020).

El aporte fundamental del nevado radica en su papel como fuente estratégica de agua. Sus glaciares, considerados “eternos”, alimentan ríos, vertientes y sistemas de riego que sostienen tanto a ecosistemas altoandinos como a poblaciones campesinas y urbanas (Buytaert et al., 2017). El proceso de deshielo, acelerado en las últimas décadas por el cambio climático, ha puesto en evidencia la relevancia del Chimborazo como proveedor hídrico para la Sierra central del Ecuador (Basantes-Serrano et al., 2016).

El Chimborazo, desde la cosmovisión andina

El nevado Chimborazo no solo sobresale por su altitud y características físicas, sino también por su centralidad en la interrelación entre naturaleza, cultura y cosmovisión. Este volcán trasciende la dimensión geográfica para convertirse en un patrimonio del pensamiento cosmogónico andino, donde convergen la espiritualidad y la identidad cultural, reafirmando la profunda relación de los pueblos andinos con su entorno natural.

En la cosmovisión andina, las montañas y volcanes son concebidos como apuk, es decir, seres sagrados dotados de energía y espiritualidad, con quienes los pueblos originarios mantienen vínculos de respeto, reciprocidad y complementariedad (Estermann, 2015). Estas entidades, conocidas también como taytakuna y mamakuna, integran una red espiritual que conecta a los seres humanos con la Pachamama, configurando un sistema de equilibrio y armonía con la naturaleza (Lajo, 2018).

Desde esta perspectiva, toda la existencia está conformada por materia y energía; por ello, las montañas y volcanes no se consideran simples accidentes geográficos, sino seres energéticos y sagrados. En su condición de apuk cumplen funciones de emisores y receptores de energía entre el mundo humano y el cosmos (Estermann, 2015). En este marco, el Tayta Chimborazo es concebido como un ente energético y espiritual de carácter masculino, categorizado como tayta o mentor, que dialoga con otros montes, influye en la vida de los seres humanos y animales, y garantiza la fertilidad de la tierra (Lajo, 2018).

En el pensamiento andino, el agua que fluye de sus glaciares se interpreta como fuente de vida para todos los seres. El Tayta Chimborazo es considerado el distribuidor de esa energía vital hacia quienes habitan en el kay pacha. Esta concepción refuerza el principio del Sumak Kawsay, entendido como el buen vivir en armonía con la naturaleza, en el cual el agua es más que un recurso: es un ser vivo que asegura la continuidad cultural y biológica de las comunidades (Acosta, 2013).

En este contexto, el Chimborazo ocupa un lugar privilegiado en el pensamiento cosmogónico de los Andes ecuatorianos. Es considerado el mentor energético de los andes, cuya imponencia le confiere un rol jerárquico frente a otros montes y volcanes de la región (Quinteros, 2020). Su energía es percibida como garante de fertilidad, abundancia y bienestar comunitario, atributos que se manifiestan en la protección de los cultivos, el cuidado de los animales y el equilibrio de los ecosistemas.

Las prácticas rituales en torno al Chimborazo, como las ofrendas y las sanaciones energéticas en sus entrañas, refuerzan el principio del ayni o reciprocidad. Los sabedores y sabedoras yachak no solo reciben los beneficios del nevado, sino que también expresan gratitud mediante ceremonias sagradas (Walsh, 2010). De esta manera, el Chimborazo trasciende su condición de fenómeno geográfico para constituirse en un ente energético y espiritual, esencial en la continuidad de los saberes ancestrales y de la identidad andina.

Leyenda contada por un yachak: El Tayta Chimborazo y su amada

Dicen los abuelos que las montañas no son simples piedras levantadas hacia el cielo. No, hijitos, ellas tienen corazón, espíritu y voz. Son los apuk, nuestros taytakuna y mamakuna, que aman, se enojan, protegen y castigan. Así lo hemos escuchado desde tiempos antiguos y así lo seguimos contando, porque en cada relato viven nuestros ancestros.

Entre todas las montañas, el más grande es el Tayta Chimborazo, guardián y padre de los Andes. Su historia está unida a la de la Mama Tungurahua, volcán mujer de carácter celoso y temperamental. También se dice que el Tayta Cotopaxi la pretendía, y que su disputa con Chimborazo estremecía la tierra. Esos rugidos, esas erupciones y movimientos, no eran otra cosa que los volcanes luchando por amor.

Los sabios cuentan que antes de unirse con Tungurahua, el Chimborazo tuvo que pelear contra otros montes, como el Cotopaxi, el Carihuairazo y el Altar. Su grandeza lo hizo imponerse y, finalmente, ganó el corazón de su amada. De esa unión nació el Guagua Pichincha, cuyo llanto se escucha en sus erupciones, como si llorara junto a su madre.

Pero, ay, en otras versiones se habla de celos y traiciones. Se dice que la Tungurahua también amaba al Altar, y que esta pasión desató una batalla tan fuerte que lo destruyó en parte. Desde entonces, los celos del Chimborazo se sienten en las heladas y en los temblores que recorren los Andes.

Más allá de la pelea y del amor, el Tayta Chimborazo es visto como un padre protector. Cuando está contento, da agua a las vertientes, protege los cultivos y bendice a las comunidades. Pero cuando se enoja, puede traer sequías y escasez.

Así, hijitos, esta leyenda no es solo un cuento. Es un puente entre lo que ven nuestros ojos y lo que sienten nuestros corazones. Nos recuerda que la Pachamama está viva, que debemos respetarla y cuidarla. Por eso, cuando miren al nevado, no lo vean como una montaña más: mírenlo como a un anciano sabio que vigila, enseña y guarda la memoria de nuestro pueblo.

En conclusión, el Tayta Chimborazo no es únicamente un nevado o un atractivo turístico, sino un símbolo vivo de la espiritualidad andina y un guardián del agua. Su grandeza geográfica se complementa con su dimensión cultural y sagrada, que lo convierte en un referente de identidad y de resistencia de los pueblos indígenas. Reconocer al Chimborazo como sujeto de respeto y reciprocidad es un paso fundamental para garantizar la sostenibilidad de sus ecosistemas y la continuidad de los saberes ancestrales que lo veneran como padre y protector.

Referencias

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    Cumandá, R. (2019). Narrativas míticas y cosmovisión en los Andes ecuatorianos. Revista Cultura y Pueblo, 12(1), 77–89. https://doi.org/10.32719/26312456.2019.12.1.5
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    Estermann, J. (2015). Filosofía andina: Sabiduría indígena para un mundo nuevo (3.a ed.). Instituto Superior Ecuménico Andino de Teología (ISEAT).
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    Quinteros, C. (2020). Cosmovisión y espiritualidad en los pueblos andinos del Ecuador. Revista Andina de Ciencias Sociales, 7(2), 45–59. https://doi.org/10.32719/26312549.2020.7.2.5
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    Walsh, C. (2010). Interculturalidad crítica y educación intercultural. Revista de Estudios Sociales, (36), 15–29. https://doi.org/10.7440/res36.2010.02